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Crónica ínfima_fullTextCrónica ínfima

De la soledad

…niebla, noche, silencio… …ausencia…


En Castro-os-Velhos hay unos pocos días en los que el sol se entretiene y con su luz calienta a sus gentes. Muy pocos.

Jesusa camina tras madre. El camino es tan estrecho que el negro del vestido de Cándida lo tapa todo. A la muchacha no le hace falta ver nada, solo la estela negra que la precede. Tiene que seguirla en silencio.

No sabe adónde va. Tiene miedo. Estar atemorizada es normal en ella. Desde que murió padre, siempre ha tenido miedo. Atrapada y conducida por un lazo invisible sigue caminando. Los matorrales, más altos que ella, la encajan en el camino. Ni siquiera se pregunta qué hay tras ellos. Nada, no hay nada más que hierba, tierra húmeda y niebla. No tiene otra opción, tiene que seguir caminando. Se esfuerza por no perder el ritmo vivo y ligero que imprime Cándida.

El cuerpo de Jesusa se dobla para vencer la empinada cuesta del sendero. Dicen que hoy saldrá el sol, va pensando. Los pájaros parecen presentirlo. Aun así, no cantan para celebrarlo, sino que esperan pacientes el momento idóneo para volar rápidos y precipitarse por los claros abiertos en la persistente niebla. Huirán. Abandonaran estos bosques olvidados y oscuros. «¿Adónde van los pájaros cuando emprenden el vuelo?», se pregunta Jesusa.