Estación desenlace——¿Por qué no vas al servicio? Me estás poniendo nerviosa —me dijo Marta.
Ella siempre mide sus palabras, nunca dice váter porque le parece vulgar. Utiliza las palabras: servicio, inodoro, aseo o excusado. Le viene de su padre. Su madre, en cambio, es más lenguaraz. Quiero decir que no le importa soltar un taco. Lo hace conmigo, cuando estamos a solas y no pueden escucharnos ni papá ni Marta. Aunque la resistencia de su marido, mi suegro, a las palabras vulgares o malsonantes o groseras o inadecuadas o fuertes o insultantes; es decir, a toda palabrota liberadora de tensión o rabia, hace que la pobre Luisa se reprima y que, cuando siente la necesidad imperiosa de utilizarlas, se encierre en el váter (ella sí lo dice así) y grite hasta desfogarse.
Tiene su propia técnica para evitar ser escuchada. En alguna ocasión me lo ha contado, aunque yo la tenía calada desde la primera comida familiar a la que me invitaron. Lo que no puede evitar es que la cara le vaya enrojeciendo y los ojos le bailen sin control. Cuando llega a ese punto, contiene la rabia todo lo que puede. De alguna manera, consigue aguantar las palabrotas en la boca del estómago el tiempo suficiente para salir disparada hacia el lavabo. Allí, con cada vaciado de la cisterna, grita todos los tacos que puede disparar su lengua. Reconozco que son muchos, muchos más de los que yo soy capaz de decir cuando estoy enfadado. Si la escucharan, su boca es una metralleta.
